miércoles, febrero 22, 2006

Intimidades


Intimidades



Nos presentó un amigo común. No perdimos nada de tiempo en circunloquios, casi sin preámbulos caí entre sus brazos….. Ayer, antes de que se apagaran los ecos del ¡ding, dong! del timbre, percibo sus pasos acercándose para abrir la puerta y enseñarme, por un momento, su sonrisa. Va envuelta en una simple bata que, al trasluz, permite adivinar sus formas y dibuja el contorno de su ropa interior. El -¡Hola como estás! se confunde con el ruido tenue del pestillo al cerrar la puerta. Después, me precede silenciosamente hasta la habitación de siempre. Un lecho centrado, una silla, una mesita auxiliar, un armario entreabierto, una vitrina pequeña con puertas de cristal muestra sus múltiples objetos, estanterías con libros, unos cuadros banales decorando las paredes; Venecia, Acapulco y un cafetín árabe. Sin intercambiar palabras innecesarias, y con esa indefinible sensación de sentirme observado, me siento en el borde del lecho y empiezo a desnudarme lentamente. Las prendas se van amontonando desordenadamente sobre la silla. Luego, ya sobre la cama, sin atreverme a mirar, concentrándome en las manchas que desde el techo pretenden devolverme la mirada, percibo que, silenciosa, despaciosamente, va acercándose a mí. Antes de que el primer contacto se produzca cierro los ojos. Un suave escalofrío recorre mi piel cuando, finalmente, sus manos se posan sobre mí. En círculos que, al principio, se me antojan concéntricos, inician un ir y venir, sin pausa ni reposo, dulcemente primero, con intensidad después. Las puntas de sus dedos parecen generar ondas hertzianas que recorren mi cuerpo a medida que sus manos se hacen más insistentes y precisas. Tras una corta pausa, en la que ni siquiera se perciben las respiraciones agitadas, Siento su peso gravitar intensamente sobre mi. Mi cintura se arquea y se contrae, se eleva y desciende, mis caderas empiezan a seguir el ritmo espasmódico que cadencian sus manos. Sensaciones extremas recorren mi cuerpo con intensidad. Me retuerzo, intento apresarla entre mis dedos pero se evade. Mis manos vuelven a aferrarse inútilmente a los bordes de lecho. Mi respiración, siguiendo las cadencias que me son impuestas, empieza transformarse en suspiros primero, estertores y gruñidos después para terminar en rugido final. Pasan los segundos. Lentamente, me deslizo sobre mi costado, para caer sobre mi espalda, miro hacia arriba para volver a contemplar las manchas del techo que siguen impasibles. Mi frente está perlada de gotas de sudor. Mi respiración, poco a poco, recupera su pausa. Un puñado de pañuelos de celulosa hace desaparecer los últimos vestigios de nuestro encuentro. Me incorporo, y mientras me visto, hablamos tranquila y desapasionadamente, con la sinceridad del primer día, nos convencemos mutuamente de que llegó el momento de poner fin a nuestra relación y decirnos adiós.

Hoy, cargado con una caja de bombones y unas flores, vuelvo a llamar a su puerta. Me acoge la misma sonrisa. Los bombones y las flores cambian de manos y mientras me dedica su mejor sonrisa, se pone de puntillas para besarme por primera vez, susurrando un -¡Gracias! ¡No tenías porqué! El pestillo suena a mis espaldas. Bajo las escaleras saboreando el beso de mi fisioterapeuta que, en varias visitas, después de infligirme tanto dolor con sus dedos de acero, ha conseguido reducir la inflamación de mi tendón de Aquiles y devolverme a la práctica de mi deporte favorito.