miércoles, noviembre 09, 2005

Azul.......


Calle Poniente


Publico este post conminado por Thirthe, que, ni siquiera osó comunicarme la sentencia, y delegó en Mon tan sucia tarea. A ambas odiaré desde este día.

Aquí os dejo esto. Todas las reclamaciones; exclusivamente en la ventanilla de Thirthe y Mon.

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Azul

Capítulo 11.



La tarde ya se había escondido entre los montes sin esperanza de regreso. El sol no era más que un lejano recuerdo de días pasados. El empedrado desgastado de la calle Poniente parece escupir el reflejo de las bombillas que se balancean agónicamente en las pocas esquinas donde lograron sobrevivir a los tirachinas de los zagales del barrio. Un silencio sin ecos se ha adueñado de la calle desde hace rato. Solo el entrechocar de algunos cacharros en la taberna de Juan se atreve a interrumpir, de vez en cuando, las ondas del silencio. Repentinamente, la puerta de la taberna de Juan se entreabre entre chirridos de goznes que, quizás, nunca conocieron la grasa. La luz de la taberna ilumina por un momento la acera, antes de velarse por la presencia de Andrés que atraviesa el umbral y cierra la puerta tras de sí. Su andar inseguro, calle abajo, se va afirmando a medida que se aproxima a su casa de siempre. Un entrechocar nervioso de llaves precede a la apertura ruidosa y violenta del portón. Andrés, sin detenerse a cerrarlo, sube al desván donde, como un molino de viento en día de tormenta, aparta viejos cachivaches hasta encontrar lo que busca. Agarra la vieja maleta y, sin sacudir siquiera las telas de araña y el polvo de años que la cubren, baja a su dormitorio, allí, vacía a puñados los cajones de la cómoda, hasta que, en un completo desorden, colma el hambre de siglos de la maleta. Después, como si en ello le fuese la vida, recorre el camino que le separa de la estación a grandes zancadas, pasos ya olvidados en el ayer de los tiempos. Y ahora, sentado en el andén de la estación, guarda el billete recién adquirido en un bolsillo de su chaqueta, y arrebujándose en su viejo abrigo, se protege del frío levantando el cuello del gabán cuyo revés de negro intenso, contrasta con los tonos desteñidos, raídos y pardos del resto de la prenda. Mientras las espirales de vaho entrecortadas que salen de su boca van empañando sus gafas, y a lo lejos se oye el silbido agudo de un tren que rompe la noche al acercarse, saca del bolsillo el recorte arrancado con prisas del periódico de Juan el tabernero, se coloca de manera que la luz del reloj de la estación ilumine mejor sus manos, limpia sus gafas frotándolas contra la manga y, una y otra vez, lee y vuelve a leer:

“Mujer que se pinta las uñas de rojo, busca hombre que vista de negro, y arranque la vida en un abrazo”.