domingo, febrero 27, 2005

Divagaciones sobre el sexo y el amor.

Eros y Amor

Muchos se empeñan en hablar de la relación del sexo y el amor como si de una constante universal se tratara, como si la relación fuera unívoca y constante y por tanto se pudiera calcular o definir. Otros piensan que se definirá mediante una función compleja y que solo será necesario generar un algoritmo que nos calcule el uno en función del otro y viceversa……… Y no hay tal cosa, ambas funciones tienen, sin ninguna duda, cruces, puntos de intersección, encrucijadas, recorridos conjuntos, trayectorias convergentes o divergentes….. pero no son dependientes.

La función sexo tiene unas características básicas definidas y constantes, es, por encima de todo, una función primaria, atávica, que se genera desde la pubertad y que con escasas oscilaciones de intensidad, frecuencia y flujo, y con una variabilidad de tendencias de escasa pendiente, crecerá primero, se fortalecerá después e irá acercándose a su ocaso en la senectud. La evolución es de periodo lento y diferentes estadios de evolución pueden concurrir, y de hecho concurren, en un mismo punto temporal. Desde el sexo púber, casi exclusivamente onírico de los inicios, y que no perderá nunca ese carácter, irá cubriendo etapas de desarrollo lento; sexo experimental, posesivo, liberador, excluyente, insistente, agresivo, compartido, tranquilo. Estos estadios, que enumero solo a título de ejemplo, ni cubren todos los existentes, ni todos ellos tienen que darse en todos los sujetos, ni tampoco tienen que sucederse en el orden que los cito.

La función amor; no es ni atávica, ni primaria. Es una función manifiestamente cultural, tradicional, condicionada a la estructura de la sociedad donde se desarrolla, y aun dentro de ella, al sustrato donde acaece, y con la impronta de las diferentes tribus, clanes e identidades que posee la sociedad en que vivimos.

Cuando se tiene la oportunidad única de llegar a comprender algo, aunque sea muy superficialmente, del sentido del amor dentro de sociedades primitivas, homogéneas en sus fundamentos geográficos, étnicos, lingüísticos, forma de vida........ pero diferenciados por el barniz exógeno aportado contemporáneamente a sus civilizaciones por la colonización militar o religiosa, las diferencias son realmente notables: Así, pueblos africanos de raíz animista, con apenas un barniz de cultura cristiana, tienen comportamientos e ideologías, en lo que se refiere a la relación hombre-mujer, que hoy analizamos, totalmente dispares de las que inspiran el comportamiento de poblaciones vecinas con las que comparten todas sus raíces, pero que se han visto inmersas en una vivencia musulmana en una época cercana de su historia. ¿Que no sucederá cuando estas improntas diferenciales no actúan sobre un sustrato común y acaecen en civilizaciones diferentes, con miles de años de historia inconexa, diferente, a veces contrapuesta, y muy pocas veces concurrente?

Ya dentro de nuestra propia cultura, dentro de nuestro propio clan, utilizamos la función amor como un cajón de sastre donde insertamos todo lo que se parece a una relación privilegiada con otro. Así, es amor; el de un padre, el de una madre, el de un hermano, el de un amigo, el de un niño y también, como no, el de un hombre a una mujer y viceversa, y solo viceversa, porque muchas veces el amor ni siquiera es recíproco. Todo eso es amor, pero es amor, cada cual y cada uno, fundamentalmente diferente.

Si nos circunscribimos al amor hombre-mujer y pretendemos definirlo como un algo concreto, conciso, continuo, mesurable, nos daremos cuenta en seguida de que estamos metiendo en el mismo cuenco cosas tan dispares que casi no tienen otra relación que la que les da el implacable discurrir del tiempo.

Un amor hombre-mujer convencional, si esta expresión pudiera utilizarse, sigue, entre otros, diferentes estadios que no se pueden confundir más que en el punto de encuentro necesario para pasar de uno a otro. Punto imaginario a todas luces, pues más que pasar, es una transición continuada pero llena de altibajos, retrocesos, titubeos y de nuevo, vuelta a empezar.

El amor, si prescindimos del motor de la sexualidad en su primer entronque, se inicia movido por la curiosidad de conocer al otro, de introducirse en él, de llegar a entender, de acceder a su yo más escondido, de comprender sus resortes….. y volviendo la oración por pasiva, abrirse al otro, poco a poco, para satisfacer también su curiosidad, al tiempo y con el mismo ritmo que se satisface la propia. No es labor de un día, requiere muchos años de porfía, para no llegar nunca al final. Muy pronto, se inicia una nueva fase; la de armonizar. Esta fase de armonización se superpone en el tiempo con la anterior, pero con un cierto retraso. Tiende a ser dolorosa tanto por lo que implica de renuncias autoimpuestas, como por las exigencias de renuncias sobre cosas que ninguno de los dos está dispuesto a desechar, y que cuando finalmente se transigen, se consienten por un precio, por una partida de compensación. Tampoco esta fase tiene fin, se va trenzando en el tiempo con la primera con fases alternadas desordenadamente, en importancia, presencia y exigencia. Y mientras, se va compartiendo ese edificio laberíntico construido, ladrillo a ladrillo, en un absoluto desorden, para acomodar dos personas, tan distintas como lo fueron y seguirán siendo, en tan estrecho espacio. No existen planos, el deambular por su entramado, requiere ir reconociendo los jirones de la piel del alma, que ambos se dejaron en su construcción y que marcan los caminos para; circular con seguridad y acierto, o despeñarse por un balcón mal afianzado. Cuando todo está hecho y la circulación es fluida, hay que sacar por puertas y ventanas ese amor, tan arduamente construido, hacia los hijos para impregnarles de ese mismo amor que pronto olvidarán, pero dejando poso.

¿Es el mismo amor el del inicio, el del camino y el del tramo final? La respuesta es que sí, sin duda alguna, como el viejo es el mismo que en su día fue bebé, luego, niño, luego adulto y finalmente se encuentra a punto de volver a no ser nada. El amor es el mismo… pero tan variado…… en realidad, es como nuestra propia historia, que construimos día a día, y acabamos teniendo entre las manos….. lo que de él y de ella hayamos hecho.

Y ahora la gran pregunta del principio ¿Qué papel juega el sexo? Yo diría que en el amor…… casi ninguno…. Tiene un rol en el acercamiento inicial, en la expresión del amor, en el canalizar puntualmente en un instante, intenso pero infinitamente corto, una de las muchas expresiones del amor y probablemente la menos vinculante. ¿Puede decirse que la música está en el pentagrama? ¡Menuda sandez! El pentagrama es un vehículo de transmisión solo para entendidos, cuando la infinita variedad de la música, toda la música del mundo, se cruza con un pentagrama, puede tener cabida y grafía en esas cinco líneas, pero la música es la música, no el pentagrama, por mucho que se pueda escribir en él. Pues así es el sexo en relación al amor….. como un puñado de semifusas esparcidas a lo largo de un concierto de Beethoven.